Nostalgia
Hace cuatro meses o cuatro siglos que escribiste en Una Pantera En El Sótano, Tres ó cuatro cosas, por cierto que bastante acertadas, como casi siempre que te decides a escribir. Y hace poco más o menos una semana, que te dejé en Salamanca después de un largo abrazo y me fuí camino de otros chopos y otros ríos, con un nudo apretado en el corazón. No paramos muy lejos de tí, que León está bien cerca y el Hostal de San Marcos es tan dorado y plateresco como tantos y tantos edificios en la ciudad que te acoge. Saliendo del Hostal, a la derecha, un río con un sólido puente que cruzaban los peregrinos a Compostela también corre entre álamos amarillos y castaños de las indias. De vez en cuando la sorpresa roja de un arce o de un cerezo silvestre te calienta un instante el corazón. Por cierto, en San Marcos, que es monumento nacional, además de un claustro que no puede ni compararse a cualquiera de los tres de San Estevo de Ribas de Sil, mucho más pequeño y menos bonito, tiene una biblioteca preciosa, acogedora, y que te la encuentras sin querer paseando por el claustro superior, con unos atriles comodísimos, calefacción fantástica (en León y en ese edificio constantemente visitado por cientos de turistas, hace bastante frío), y pocos libros si no son los que uno lleve consigo. ¡Te gustaría leer cualquier verso en ese lugar! Yo no llevaba versos, pero si un libro de Murakami del que leí unas líneas al calor de uno de aquellos sillones en los que casi me perdía, sólo para tener en el recuerdo esa imagen de lectora contemporánea en un rincón renacentista. Por cierto, que al hotel lo salva la belleza de su arquitectura y la amabilidad del personal, pero me gustaría saber quien lo ha llenado con tanto mueble con pretensiones de antigüedad tirando a viejo. Necesita urgentemente de una reforma sin que toquen más que el mobiliario, que ya sabemos lo que pasa en España cuando se ponen a modernizar. Siempre quisiera llevarte conmigo cuando vamos a sitios que nos gustan y que a tí también te gustarían. ¡Ojalá puedas ver Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo a mi lado! ¡Ojalá también tus pupilas, se conviertan por un rato en dos pequeños y misteriosos palacios ramirenses! Pero si algo impidiera que lo viesemos juntas, no dejes de ir a Oviedo, subir por la Avenida de los Monumentos, alcanzar el primer prado donde un milagro hace que aún se sostenga Santa María en buenas condiciones, y allí donde la belleza es de piedra y de misterio, acordarte de mí, que donde esté me admiraré contigo de nuevo. El resto del viaje, rosetones y celosías de piedra y de siglos, lagos y Monasterios abandonados, crestas en las montañas del color del otoño, y más aún, te lo contaré en otra ocasión, porque ya voy cansada y el sol está poniendo ahora sobre la piedra de casa un resplandor rosado que también merece la pena contemplar.
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