Lucas
El Otoño Ha llenado la plaza de hojas y de niños abrigados que juegan a pisarlas. El Otoño vacía los árboles de gorriones y las fuentes de palomas. Y es raro, porque las palomas, en cuanto ven llegar a un niño agarrado a una bolsa de patatillas o de gusanitos, lo rodean por docenas inmediatamente. Saben que viene la merienda.
A los niños les encanta jugar y dar de comer a los pájaros. Incluso en otoño. Pero los pájaros están más alegres cuando hace sol y se inunda la plaza de luz. En cambio, a los niños, les da lo mismo. Son felices durante las cuatro estaciones con tal de salir a la calle a jugar: con los charcos que deja la lluvia, con el rayo de sol que se refleja en la fuente, con la luz... ¡La luz brilla siempre en los ojos de los niños cuando juegan!
¡Me encantan los niños! ¡¡Me encanta Lucas!!
Lucas tiene ojos de pillastre y rizos de Principe Feliz, aquel al que Oscar Wilde inventó tan infeliz y tan hermoso.
Lucas es también muy bonito. Y está contento siempre, aunque llore algunas veces, porque la felicidad y las lágrimas coexisten con frecuencia, en niños y en mayores.
Lucas abre mucho los brazos para dejarse abrazar y sonríe cuando dice hola y para decir adios.
Pero a pesar de todas estas cualidades, Lucas tiene también sus rarezas. Rarezas de dos añazos. Así que este verano que acaba de irse, se le acercó en la plaza una amiguita muy poco mayor que él y mucho más espabilada, porque era una niña y las niñas son-somos a cualquier edad, listísimas.
Quería la pequeña jugar con Lucas, pero Lucas se negó en redondo, quien sabe por qué capricho momentáneo.
La niña se le quedó mirando medio segundo, ladeó la cabeza para mirarlo desdeñosamente y le soltó convencida y rotunda:
¡Ya me quererás..!!!
A Lucas, por un momento, se le puso cara de tonto.
A nosotros, también.
Era verano.
Era en Pontevedra.
Hacía sol.
Las palomas se comieron las patatillas de los niños porque ese era el juego.
Esto lo cuenta la abuela de Lucas el último día de Noviembre.
Chity Taboada Pardo.