29/9/10

Lucas va al Colegio


                                    LUCAS

           Lucas va todas las mañanas al colegio de la mano de su mamá y mientras se la aprieta con más fuerza a medida que se acorta la distancia al centro escolar, le cuenta sus razones para preferir quedarse a su lado.

            --  No soy mayor, soy pequeño todavía -- le dice.

            --  Pero tienes que ir Lucas, aduce su madre.

            --  Ya fuí una vez, -- responde el niño--
  
           Y una lágrima más larga le resbala por la cara hasta la comisura de la boca. Lucas echa la lengua y se traga el lagrimón.

            -- Voy a llorar, avisa.

            -- Voy a llorar mucho, amenaza.

          Daniela, que ya tiene seis años y está absolutamente segura de su poder de convicción, le da a su vez la mano y le dice con cierto aire de superioridad:

            -- Hay que ir, Luquitas. Yo también voy, ¿no ves? -- Y no lloro --

            -- En el cole tienes muchos amigos, y a la profe Paula. Y aprendes a cantar en inglés.

          Lucas se entretiene un momento mirando como el lazo de Daniela se bambolea al compás de sus pasos como una mariposa clavada sobre la cabeza de su hermana.

          Pero es muy poca cosa un lazo para despistarlo por mucho tiempo de su ahora mismo gran preocupación.

         Va a perder a su mamá por unas horas que a él se le antojan eternas, y no le gusta nada esa posibilidad.

         Y además, es cierto que es pequeño. Aún no ha cumplido tres años y es sólo un manojo de rizos rubios y de lágrimas dentro de su uniforme demasiado nuevo. Todavía pica un poco de nuevo que es.

         Mientras mamá, va llorando por dentro e intenta que no se note, porque estaría perdida. Quisiera abrazarlo y decirle que no irá al colegio. Pero sabe que eso es lo último que debe hacer. Así que, lo mismo que Lucas, se traga las lágrimas y sonríe.

            -- Vendré a buscarte hoy un poco antes, Lucas.
            -- Lo pasarás muy bien en el recreo--
            -- Y no llorarás,porque ya eres un hombrecito --

            -- ¡¡Mentira - dice Lucas - ¡Soy un niño!
            -- ¡Soy pequeño!
            -- ¡No me quieres!
            -- ¡¡Nadie me quiere nunca!!
            -- ¡¡¡ Y no voy a ser bueno !!!

         Daniela, ante la irrevocable voluntad de Lucas, comprende que poco o nada puede hacer ella, y mira a su madre compadeciéndola.

           -- No te preocupes mamá. A mí me pasaba lo mismo antes, y ya ves: Me he acostumbrado.

           -- Mamá se promete darle hoy un beso más cariñoso que el de todos los días, porque mamá sabe de la infinita soledad de un niño al que abandonas por unas horas a la puerta de un aula repleta de niños sintiendo la misma sensación.

        Mamá sabe que esas pocas horas son eternas, aunque se tengan seis añazos. Sabe que Daniela no quiere apenarla, porque bastante tiene con Lucas, sus lloros, y su propia pena.

        Pero también sabe que habrá de compensarla con el abrazo más fuerte; con el dibujo más bonito; con el cuento mejor inventado. Y se promete que nunca, nunca, les contará Pulgarcito a sus hijos, no vaya a ser que en el colegio, además de disciplina y lejanía materna se inventen ogros que solo comen carne fresca. No. Desde luego Pulgarcito no será el cuento que les lea a sus pequeños para que marquen el camino de vuelta a casa desmigando la merienda.

       ¡Lucas sería capaz!

       
                         Chity Taboada Pardo.

22/9/10

Singladuras

                                 Foto: Cristina González Taboada.



              Yo no sé quien escribe en el Libro de los hombres la historia de sus vidas, y si ésta se cumple irremediablemente o si podemos desbaratar nuestro destino y en algún punto y aparte saltarnos páginas y emborronar las historias de los otros; mezclarlas con la nuestra...

              Yo no sé si mi libro fue en principio un cuaderno de bitácora y yo un marino que equivocó el rumbo y terminó como una barca en tierra. Pero el mar está ahí, a un tiro e piedra de mis ojos y estoy segura de que sólo naufragaré cuando alcance la belleza del crepúsculo. Y ha de ser en otoño, claro está, porque en otoño ocurren los atardeceres más hermosos.

              Estoy triste hoy porque acaba un verano que me costó sobrellevar y la estación que entra tampoco será fácil. Quizá no debería recomenzar este blog mío, tan abandonado en los últimos tiempos. Tendría que esperar un poco más y empaparme de días azules antes de empezar a barrer las hojas secas del jardín.

              Estoy triste, si, porque uno nunca sabe de que lado va a llegarle la tristeza. En que puerto, en que muelle, con que ola le salpicará los pies o le empapará la cabeza y el alma, si es que cabeza y alma no son la misma cosa.

              Estoy triste, porque he extraviado mi brújula y no encuentro la rosa de los vientos. Porque mis manos ya no tienen fuerza para manejar el timón de esta goleta de tres palos tan desarbolada que es mi vida.

              No hay velas, pero hace viento fuerte.

              No hay islas verdes y doradas en las que naufragar con tranquilidad

              No hay donde echar el ancla y dejarse mecer por la noche estrellada hasta que se cumpla la marea.

              Acaso mañana todo sea distinto y el mar germine en espigas de sol al amanecer. Pero hoy  estoy triste y con esa tristeza entre los dedos he decidido empezar otra singladura. Recomenzar a escribir mi destino. Saltarme páginas o por lo menos algunas líneas. Y seguir contando un poco de mí en este blog.

                   Chity Taboada Pardo.