10/5/09

Paseo por la playa




Yo no sé si en alguna otra ocasión habré escrito algo con el mismo título. No puedo recordar esas bobadas cuando me levanto y salgo a la terraza y me encuentro de sopetón con una mañana estupenda, las olas estirandose perezosas en lineas de espuma a lo largo de la playa y el sol calentando con suavidad que augura un mediodía tórrido. Así que no quise perder tiempo y poniéndome una camiseta y un pantalón pesquero bajé rauda a darme un paseo por la orilla del mar.


Mientras caminaba pensando en mil cosas sin importancia que son las que uno debe pensar cuando pasea para que nada turbe lo agradable que resulta ese rato, me acordé divertida de las "fanequeras azules" propiedad (intelectual) de uno de los poetas de Salamanca que bien poetizan, y que yo no uso porque no ando trepando por las rocas como cuando era niña y porque me gusta sentir el roce de la arena bajo los piés y no me molestan los cantos rodados ni los restos mínimos de conchas que alfombran a trechos la playa en marea baja.


Cuando empecé este blog hablé de la intemperie en que uno ha de enfrentarse a lo que le traiga la vida. Pués así es también lo de pasear por la playa: a la intemperie, sin fanequeras azules ni ninguna otra protección que impida sentir el mar acariciarnos los tobillos y tragarnos las maldiciones que se ha ganado el cangrejito que nos muerde la planta del pié. Estamos en su terreno y se defiende y hace bien.


Terminó el paseo y fue bonito. El mar es un paisaje tan cambiante que pasa en un instante de la soledad a estar lleno de barcos de vela. El mar no es nada fiel a su imagen, le basta con ser siempre hermoso y eso lo consigue a pesar de las veces que los hombres intentamos emborronar su belleza.


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1 comentario:

Javier Cánaves dijo...

no lo sabes pero pasee contigo.
saludos.