27/3/10

El Cartero

  
























      El cartero que nos trae las cartas de los  bancos, la propaganda comercial y en algunos casos también la propaganda electoral, el cartero que nunca nos trae las cartas que nos interesan y desde luego nunca las cartas de amor, el cartero que llega pilotando una vespa amarilla que es el color elegido por el Servicio de Correos,  que lo ignora todo sobre el significado de los colores y no sabe que el amarillo significa traición o mala suerte,   exponiendo a sus empleados a viajar en una máquina de tan peligroso tono.  Mi cartero, un poquito amanerado y culturetas, pero siempre amable, llega a mi puerta con la correspondencia habitual y se cuela dentro del  jardín porque tengo un abeto azul que le encanta y porque desde la veranda se ve el mar y el horizonte, que las Islas Cíes recortan por debajo según dice Cid Cabido en "A historia que non vou contar". Mi cartero, piropea mis rosales, admira los macizos de hortensias, contempla lo grande que se ha puesto el cedro dorado desde que lo plantamos, y me cuenta que ha estado con mi prima Tusa Taboada en Cangas, donde da escuela a unos niños que está deseando abandonar. Son ya muchos años, Chity, me dice,       demasiados. Y yo lo que quiero es irme a Nueva York más a menudo para ver como irradian la cultura desde allí al mundo entero. Y me dice también que Nueva York es al mundo de hoy lo que fue Roma en la antigüedad: El centro del poder, de la cultura, del cine y hasta de la moda. ¿Me vas a comparar a Calvin Klein, todo líneas puras, con esos locos de París ó de Milán que han divorciado las pasarelas de lo que se lleva en las calles? Todas estas cosas y muchas más me las dice Tusa casi gritando, apasionadamente. Y apasionadamente también, pasa sin respirar de la moda a Velazquez, de Velazquez a Paul Klee, de  éste a El Greco, porque sabe que es mi pintor preferido, de El Greco a Toledo y a la Plaza de Zocodover.  Salta a Mikel Jackson, repasa a Beethoven y a Brahms y me asegura que  las Variaciones Golberg no se las inventó Tomás Bernhard, que ya sabe que yo también lo sé pero por si cupiese alguna duda. Y de repente se acuerda de su amigo, mi cartero, y riéndose certifica que está de acuerdo con él en que mi jardín es el más bonito que conoce. ¡Lástima que no esté en Chantada!

                       Y es que a orillas del   Miño, en la Ribera, la belleza también baja en escaleras hasta el agua. Y se llena de cepas y de sol. ¡Menudo vino les enseñaron a hacer los romanos cuando estuvieron por estos lares! No os lo perdais, si teneis ocasión algún día.


                                   Chity Taboada Pardo

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