26/8/09

Urbano Lugrís


Fotografías de Alberto Taboada Pardo.


Hablar una lengua "porque sí. Porque nos gusta, porque nos da por ahí y porque nos da la gana, decía Celso Emilio Ferreiro en un poema, refiriendose a la lengua gallega y paradójicamente en castellano. También a mí me daría la gana de hablar en esa lengua si supiera hacerlo con corrección. La utilizaría ahora, para escribir sobre Urbano Lugrís, aquel pintor nacido en La Coruña que introducía goletas de tres palos dentro de botellas de cristal con sus pinceles; que reescribió con ellos las aventuras de Ulises y dejó sus huellas en Fisterra, en El cabo del Fin del Mundo; el que, mientras pintaba, iba recordando lienzos de Brueghel "El viejo" ó de Magritte y soñando con Jan Van Eyck, para terminar rematando a Dalí en un océano de luz y pesadillas.

Urbano Lugrís fue el más bohemio de los artistas de un pueblo al que no le gusta nada la bohemia. El que amó sobre todo, los rincones de Galicia que limitan con el mar. El que pintaba caracolas que nunca existieron y conchas de vieira sin romeros a Compostela. El que a cambio de comida y vino, decoraba con murales las paredes de algunas tabernas. El que recorrió arriba y abajo, cientos de veces, las calles de La Coruña y Vigo y aquí, en esta última ciudad, acabó sus días en una sala del Hospital Municipal, donde morían los que no llevaban en el bolsillo nada más que sueños.

Yo me pregunto si en esa última hora le quedaba todavía a Lugrís algún sueño en los bolsillos ó si ya los había pintado todos.

Aunque pintó muchas veces el mar y sus alrededores en el Poniente de España, se encuentran muy pocos atardeceres entre sus cuadros y murales, y no obstante, yo lo recordé (y se le recuerda de esta forma con frecuencia), al mirar las fotografías que introducen este post: un atardecer y un crepúsculo magníficos de entre tantos, que convirtió mi opción electiva en azar, (éste sí y éste también y éste tampoco). Solpor, se llama en gallego a esta hora del sol poniéndose, que arde en el horizonte y se refleja mil veces sobre los cristales de la ciudad. Un cuadro de Lugrís que el sol pinta en recuerdo de aquel pintor, viejo marinero y poeta, que nació hace ahora poco más de un siglo con el secreto de la luz en su paleta de colores.


Chity Taboada Pardo.


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