12/3/09

Desde mi casa




Andan los días persiguiéndose pero ya nunca iguales; está el invierno perdiendo el equilibrio en el filo que lo separa de la primavera. Aún se deja notar, como hoy, que parece cuando miras el mar, cuando lo escuchas, que algún glaciar de millones de años y millones de metros cúbicos de hielo, se ha fundido y ha hecho crecer los mares desde la Antártida. Las olas, aquí enfrente, rebasan las orillas, se estrellas cntra el muro de rocas... Juegan...

Sí. Andan los días persiguiéndose pero todavía ayer el sol abrigó con su calidez los recien estrenados nidos; tocó con los nudillos mis rosales para advertirles que está llegando el tiempo de dar flores; sonrió a las camelias, ¡qué guapas todavía! Las blancas, muy delicadas, nievan continuamente sus hojas sobre la hierba; las rojas, también muy bonitas, me saludan en este momento desde un arbol que alcanza con sus ramas las barandillas del balcón. Como las mariposas, las camelias duran lo que un suspiro de la vida y se van, hasta el siguiente invierno, cuando aparecen las primeras rosas. Y no es porque se envidien, sólo se suceden.

Los pájaros aprovechan que ha escampado un momento para buscar lombrices en la tierra mojada y Runa, la perrilla de Cris, se vuelve loca por salir a espantarlos; ella, a eso, le llama jugar.

Yo me he vuelto a poner el jersey abrigado que quizá mañana no necesite y que pasado mañana precisaré otra vez. Ya digo: los días se persiguen pero nunca iguales como los de Neruda. Los de Neruda, rodando por su poesía son iguales para siempre jamás. Estos míos en mi jardín son más bien proustianos. Ruedan por el recuerdo perdido como en Combray, "por el camino de Swann", de jardín en jardín, de soles a nostalgias, de infancias perdidas a tiempo recobrado. Nadie como Proust para recobrar el tiempo de ayer. El tiempo perdido.